Te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere. Daniel 4:25.

Seguramente conoces la expresión “tocar fondo” y entiendes su concepto. Es cuando, por ejemplo, a fin de que reacciones de una conducta impropia, que te hace daño, parecen inútiles las palabras, los razonamientos, los consejos y las advertencias de las personas que te quieren bien y desean ayudarte, y únicamente el golpearte duramente con la realidad, con las consecuencias de tus malas elecciones, te puede hacer volver en sí, reaccionar y cambiar de rumbo.

Nabucodonosor tenía delirios de grandeza. Estaba demasiado pagado de sí mismo, de sus logros y su importancia: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Dan. 4:30; el énfasis es mío). Al rey le faltaba reconocer que él no era Dios y que, en última instancia, el Gobernante supremo del universo no era él mismo sino el Dios verdadero, Creador y Sustentador del cielo y de la Tierra, y que él debía rendirle adoración y sumisión al Rey del universo, y acatar su voluntad soberana.

En mayor o en menor escala, esto es lo que le sucede al ser humano orgulloso y soberbio que no aprueba “tener en cuenta a Dios”, por lo cual el Creador no tiene otra opción que entregarlo a “una mente reprobada” (Rom. 1:28). En mayor o en menor medida, la rebelión contra Dios, el pecado, es una enfermedad de la mente, que nos quita la verdadera razón, aun cuando nos jactemos de los grandes logros humanos conseguidos, tal como lo sentía Nabucodonosor. Es participar del espíritu de “Babilonia”, tal como lo describe el Apocalipsis: el espíritu de independencia, autosuficiencia, soberbia y rebelión contra Dios.

Solo cuando, como lo hizo este rey orgulloso, alzamos “los ojos al cielo”, nuestra razón verdadera nos es “devuelta” por Dios (Dan. 4:34), y empezamos a reconocer que le debemos confianza, adoración y sumisión al único que, por definición, merece ser adorado, por ser Dios.

 

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El Tesoro Escondido”
Por: Pablo Claverie






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